Racionalidad e Imbecilidad

RACIONALIDAD E IMBECILIDAD Por Dr. Carlos Raitzin A poco que se las observe resultan poco menos que increíbles las contradicciones humanas en lo que hace a racionalidad en los juicios de valor e irracionalidad en los postulados de partida que condicionan a aquellos. Los ejemplos son cosa de todos los días. Uno de los mejores lo proporcionan las religiones de Occidente donde individuos que pasan por lúcidos y brillantes aceptan ciegamente verdaderas tonterías infantiles a nivel de dogmas y, claro está, todos sus razonamientos y conductas posteriores se fundan sobre tan endebles bases. Claro está que, por esta razón, sus construcciones lógicas son gigantes con pies de barro a los que cuesta bien poco derribar. Pero el miedo atávico a los castigos pre- y post-mortem les impide a tales mentecatos una reacción enérgica contra tal estado de cosas (recordemos que mentecato significa precisamente captado por la mente, de modo que nunca se aplicó mejor tal palabra que en esta oportunidad). Es esta una primera forma de imbecilidad de las que hoy revistaremos. Pronto se verá que no es la única. Otro ejemplo magnífico y bien a la mano es, claro está y entre otros muchos posibles, la astrología. Aquí se observa cada día como métodos y técnicas antiguos y modernos muy valiosos son ignorados o desdeñados por completo mientras que la gente se aferra irracionalmente a tonterías que no resisten el menor análisis. El miedo a lo nuevo y desconocido les impide el avance... Y el resultado está a la vista en cuanto al descrédito de que goza en amplios círculos esta disciplina por culpa exclusiva del bajo nivel de sus cultores, cuya enorme mayoría no pasan de ser charlatanes de feria sin preparación técnica ni formación metodológica alguna. Pero veamos ahora que hay en el otro extremo. Tenemos ahora los racionalistas profesionales, hiperescépticos por método y negadores sistemáticos de cuanto no se halla delante mismo de sus narices y de sus ojos miopes. Tales personas llegan tan lejos en su afán de negación que su horizonte espiritual queda limitado a dimensiones totalmente mezquinas. Típicos en esta última categoría son los científicos especialistas que sabiendo de una cosa opinan con pretendida autoridad de mil otras que desconocen totalmente. Y, como si esto fuera poco, lanzan denuestos contra todo lo nuevo en nombre de todo lo viejo que dicen saber, inclusive dentro de los límites restringidos y harto provisorios de la Ciencia. Acaso ignoran que el saber científico de hoy será el error y el hazmerreir de mañana? Nada tiene cabida en la Weltanschauung de esta gente que no sea terrenal, material, racional, sensible y comprobable experimentalmente en forma directa. Pero...y aquí está lo notable: lo que lleva a estos sujetos al otro extremo de la escala y, precisamente adonde ellos nunca querrían estar, es el miedo. Esta gente aparentemente tan lógica, tan rigurosa, tan positivista tiene profundos miedos de que todo su esquema racional se derrumbe como un castillo de naipes. Estos "sabios" se transforman así en verdaderos apóstoles de la ignorancia movidos no solo por sus miedos sino por su infinita soberbia... Y así pretenden imponer como límites del saber a sus propias limitaciones lanzando furibundos anatemas y excomuniones contra todos los transgresores. En esto se asemejan demasiado a los fanáticos e intolerantes líderes religiosos. O no serán acaso fallas propias de la condición humana? Es de imaginar lo terrible que debe haber resultado para tales mentes "cientificistas" el estruendoso descubrimiento de Kurt Goedel respecto de la insuficiencia de la lógica en cuanto a la incomplección intrínseca de que adolecen los sistemas formales (vease al respecto nuestro trabajo "Significado y alcance del teorema de Goedel" aparecido en Signos, Revista de la Universidad del Salvador, Número Especial 20, año X, julio-dic. 1991, pags. 103-117, Buenos Aires, si bien dudo que alguien en esa universidad haya comprendido una jota de mi trabajo). Lo que más los asusta es, desde luego, la aparición de nuevos hechos experimentales que destruyan o al menos hagan tambalear sus postulados (y peticiones de principio). Que tal cosa llegue a acontecer les causa verdadero terror. Y, para evitarlo, incurren reiteradamente en algo que es tan infantil metodológicamente como inmoral intelectualmente. Es el negarse a ver, la negación a priori de todo aquello que escape al exiguo marco determinado por sus limitaciones. Ya no solo se niega el fenómeno sino que se niega además el experimento que lo comprueba y demuestra. Su dogma es que tales cosas no existen o que son necesariamente falsas y no es cuestión ahora de que un planteo lúcido o una prueba experimental contundente les vengan a demostrar que estaban totalmente equivocados. Ellos, que tanto asco demuestran por los infantiles dogmas religiosos, resulta que se embanderan con otros dogmas no menos necios y perniciosos. En definitiva estas actitudes torpes solo consiguen retrasar el mejoramiento humano pues, so pretexto de que todo debe ser analizado, tamizado, filtrado y desinfectado por la razón humana los identificados con tales absurdas filosofías no hacen otra cosa que convertirse en inquisidores de las ideas y enemigos de toda elevación humano en el orden trascendente de la existencia. Aquí corresponde hacer una pequeña reflexión analógica. El saber que nos brindan la fría lógica y la razón es como el sol y la verdadera Sabiduría es como las estrellas. Y es necesario que el sol se ponga para que brillen las estrellas... Lo increíble es que tales personas nunca hayan reparado en lo muy limitado de las posibilidades de la sola razón humana como instrumento para alcanzar el conocimiento en todo territorio situado más allá de lo sensible y material. Desde luego la experiencia metafísica no se brinda a todos y es un Poder más alto quien decide al respecto. Pero no se puede honestamente negar lo que a uno no le tocó vivenciar. Desde luego la peor minusvalía de esta gente se halla, desde luego, en el orden espiritual-intelectual de la existencia. Ahí son ciegos que no quieren ver y que - como bien afirmaba René Guénon- no solo niegan la existencia de los colores sino incluso la del sentido de la vista porque ellos no la poseen. Y tenemos así la gran paradoja de que la intelectualidad pensante y racional por excelencia se torna de este modo en la flor y nata de la estupidez militante. Esto por obra y gracia de una equivocada filosofía y de los miedos y soberbia de sus representantes que desean sostenerla a toda costa y temen que se les derrumbe al desembarcar en terra incognita. Desde luego existen otros tipos de miedos vinculados a los ya analizados. Uno muy frecuente es el de los niños grandes que se sienten seguros solo en territorio conocido y aferrados a Papá y a Mamá. Abandonar ese lugar seguro para encarar otros horizontes y perspectivas les causa verdadero horror y, por ello, se niegan tercamente a iniciar cualquier aventura hacia lo desconocido. Aquí ni siquiera hay normalmente pretensiones de racionalidad. Hay solo miedo pánico y sus mecanismos de defensa generan ardides más o menos ingeniosos para evitarse el mal rato. Y la conclusión es obvia: para vivir hace falta valor y no todo el mundo lo tiene. Y de ello se siguen tantas actitudes infantiles y perniciosas que retrasan la marcha del género humano hacia la Sabiduría y hacia la maravilla de descubrir lo desconocido. Colaboracion: Milton Arrieta Lopez, Gran Logia Nacional de Colombia, Barranquilla.

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