Los Pecados Capitales

Pecados capitales
Es un buen pretexto para reflexionar sobre estos lapsus que solemos cometer.
Soberbia: La soberbia mide el aceite del ego que nos acompaña desde la sombra. Es ese bicho que nos hace creer que a nuestro lado, el prójimo es un pintado en la pared. El soberbio ningunea al otro, lo ignora. Lo cataratea. Es una caranga resucitada. Un trepango. Nadie le da la talla a su emergente importancia.
Avaricia: El avaro acapara, guarda para sí. Practica el yo con yo en el campo económico. ¿Primero yo, segundo yo? Entiende que la caridad entra por casa. Lo que tampoco está mal. No disfruta ni gasta porque siente pavor de que se le acabe. Convierte en el colchón en su propio Banco de la República. Tiene al Emisor por almohada. O por cárcel. No se presta plata ni a sí mismo. Sospecha de él. No se considera amarrado sino práctico. Teme depender de alguien.
Lujuria: El lujurioso come a la carta. Le tira a todo lo que se mueva. El lujurioso modelo 2008 desea la mujer del prójimo. Y a su prójimo. Come a dos carrillos. Siempre está de cacería. Llega a una fiesta y de una vez activa sus papilas gustativas. Es un Bill Gates que desea redistribuir su ingreso sexual con la que diga pago. Ve unos cucos en una vitrina y asume que le están coqueteando. A lo que más le teme es a un ataque súbito de disfunción eréctil. Anda con un puré de viagra en el bolsillo para atender cualquier contingencia.
Ira: Tres letras distintas y un propósito verdadero: coger impulso para enojarse. Un pecado inútil. Nadie paga arriendo con la "piedra". Si nos mostraran la foto de cuando estamos borrachos o bravos, seríamos abstemios y pacíficos de por vida. ¿Qué tal poner esa foto en la cédula?
Gula: Incurre en ella quien se sobregira en comida o bebida. Con el culto a la comida se han disparado los "gulosos". Exigen que los llamen gourmets. Son tragones sin remedio. El varón domado decidió tomarse la cocina por asalto. Levante un cenicero y allí encontrará una hipótesis de chef. Cada vez somos menos los que ejercemos el furioso derecho a no cocinar. Sin renunciar al pecado del paladar, claro. Tampoco es para tanto.
Envidia: El más inútil de los pecados que Dios en su extraña bondad nos dio. El envidioso no se contenta con lo que tiene, sino con lo que le hace falta. Así sea talento, plata, pinta. El envidioso chorrea la baba cuando aparece la lista Forbes de los más ricos. ¿Y yo por qué no tuve más plata, ni me gané un Nobel de química, o una Ivonne Bolívar de periodismo?
Pereza: Lástima llegar a este creativo pecado.
Óscar Domínguez GiraldoN. de J. Botero. M.La vida es hermosa vivamosla con alegría Tomado de: Log Amor 3

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